Tomamos el auto con dirección a San Felipe. Ya en la ruta todo comienza a verse más tranquilo en comparación a la ciudad. Pero una vez llegando a la Viña, el entorno realmente nos cautivó: las parras a los dos costados del camino, ríos y un olor a ese pueblo lleno de tradiciones y gente simple pero que a la vez es gigante en cariño. De pronto nos enfrentamos a un portón que ya nos daba un indicio de lo maravilloso que sería nuestra experiencia. Dejamos el auto estacionado en una casona preciosa y nos atendió un sonriente señor, resultó ser el dueño. Nos dijo de inmediato "quieren dar una vueltita para conocer la Viña?". Obvio - dijimos nosotros.
Para no hacer un poema de este artículo, simplemente lo resumiremos en que volvimos a 1945. La forma en que aún se hacen los vinos, las máquinas, su gente, todo elaborado a mano, hasta que nos sentamos en un living rodeados con cuadros de esa época, ah, y un piano de cola media. Probamos todos los vinos y quedamos un poco mareados y encantados con su sabor único. Quedamos "paentro" como se dice coloquialmente.
Y bueno, nos miramos y asentamos con la cabeza. Ese gesto se traduce en "OK, nuevo proveedor".
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